martes, 29 de junio de 2010

la tierra en peligro por asteroides.


Será una piedra espacial la causa del fin del mundo? Ángela Posada- Swafford ha hablado con este experto del MIT en meteoritos y asteroides, que ha ideado un método para calcular las posibilidades de que choquen con la Tierra y estudia sistemas para detenerlos.


Rocas informes con órbitas extrañas y oscuras intenciones, los asteroides han sido tradicionalmente ciudadanos de cuarta categoría en el Sistema Solar. Pero los planes de Obama de enviar astronautas a sobrevolar su superficie y el lanzamiento de otras misiones no tripuladas –como la Don Quijote– para desviar los más peligrosos están cambiando nuestra visión de estos cuerpos celestes. El astrónomo Richard Binzel, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), demuestra por qué los asteroides no son tan fieros. Binzel y otros investigadores, como Pierre Vernazza, de la Agencia Espacial Europea (ESA), han lanzado varias hipótesis que iluminan estas rocas espaciales –y sus representantes en la Tierra, los meteoritos– bajo nuevas luces.

Sus observaciones telescópicas en infrarrojos, complementadas con el estudio comparativo de meteoritos en el laboratorio, arrojan varias conclusiones interesantes. La primera, que la cantera de la mayoría de los fragmentos que caen sobre nuestro planeta es el lejano cinturón de asteroides, situado entre Marte y Júpiter. Este alberga numerosos objetos que datan de la formación del Sistema Solar, hace 4.550 millones de años, y que no llegaron a convertirse en planetas por las perturbaciones gravitacionales jovianas. La segunda, que esa localización afecta no sólo a la composición interna de los asteroides, sino a sus probabilidades de colisionar con la Tierra, lo que puede ayudarnos a encontrar la forma de defendernos de un impacto devastador. Y la tercera, Binzel y sus colegas han probado que, a su vez, la gravitación terrestre es capaz de dejar sus huellas en la superficie de los asteroides.

“Es el caso del hombre que muerde al perro”, dice Binzel en una entrevista telefónica desde su laboratorio en el MIT. Y añade: “Hemos tomado medidas telescópicas de los llamados objetos cercanos a la Tierra –los NEO–, que son asteroides que viajan a menos de 48 millones de kilómetros, y comprobamos que si uno llega a acercarse a 95.000 km puede sufrir un temblor lo suficientemente fuerte como para hacer aflorar regolitos –fragmentos de roca, minerales y otros materiales no consolidados– a su superficie”. Del mismo modo que la atracción de Júpiter altera la fisonomía de su luna Europa, la gravedad terrestre puede transformar a un asteroide. “Lo sorprendente es que ese poder alcance a objetos que están a una distancia de 16 veces el radio terrestre. Nuestra gravedad es un millón de veces superior a la de esos cuerpos, pero, para que la Tierra produzca esa alteración, el asteroide tiene que tener una determinada estructura. Sólo sucede en los rocosos, los que llamamos de clase S, no en los de hierro fundido, que son de clase M”, anota Binzel. “Estos pedruscos transformados por la influencia terrestre –continúa– no se ven en el cinturón de asteroides porque el Sol los oscurece, pero cuando se aproximan se vuelven visibles”.

La espectrografía de esos asteroides modificados coincide con los meteoritos caídos a la Tierra que ha estudiado Binzel en el laboratorio, lo cual ha resuelto un dilema, ya que los astrónomos trataban de entender por qué no se podían hallar en el espacio asteroides compatibles con los meteoritos descubiertos en nuestro planeta. ¿Quién habría imaginado que eran irreconocibles porque estaban bronceados por la luz solar?
Calentones y cambios de ruta

“Se está produciendo una revolución en el estudio de los asteroides”, dice el astrónomo Clark Chapman, del Southwest Research Institute, en Colorado. “Antes –continúa– se pensaba que eran las colisiones las causantes de sus cambios. Ahora sabemos que hay más personajes en esta historia. Quizás esté naciendo una nueva ciencia que podría llamarse sísmica de asteroides”. Binzel, que entre otras cosas ha creado la llamada escala de Turín –una herramienta para medir las probabilidades de colisiones de estos cuerpos contra la Tierra–, ha descubierto también la razón de que las huellas espectrales –el reflejo y absorción de la radiación electromagnética– de los asteroides del cinturón coincidan con las de los meteoritos que caen sobre nosotros y la causa de que lleguen desde tan lejos hasta aquí: “Es el llamado efecto Yarkovsky. Este modifica las órbitas de los cuerpos espaciales que rotan, porque las distintas caras de su superficie reciben la radiación solar de forma desigual, lo que hace que acaben cambiando su trayectoria con el paso del tiempo. El fenómeno es más pronunciado en los objetos pequeños y por eso influye tanto en los asteroides”.
Binzel añade que “las dos terceras partes de los objetos del cinturón corresponden a una clase de meteoritos conocidos como condritas LL, que representan sólo el 8% de los descubiertos. Nos pareció raro que habiendo tantos asteroides de ese tipo recibiéramos tan pocos meteoritos equivalentes, y descubrimos que la causa es el efecto Yarkovsky, que limita el tamaño de las rocas transportadas desde el cinturón”. Las condritas LL son rocas ricas en minerales como piroxeno y olivina, y pobres en hierro. “Conocer su composición es importante para saber cómo desviarlas de la Tierra, ya que constituyen una de nuestras principales amenazas”, advierte Binzel. El grupo de las condritas en general, que incluye varias especies además de las LL, son los meteoritos más comunes: suponen el 80% de los que llegan a nuestro planeta, mientras que apenas hay cien fragmentos de rocas marcianas o lunares en instituciones científicas de todo el mundo. El análisis de las condritas es clave igualmente para estudiar el origen de la vida, porque son rocas que no han sido fusionadas ni derretidas, por lo que guardan información sobre la síntesis de compuestos orgánicos o la existencia de agua en la Tierra.

Se calcula que el cinturón de asteroides está formado por 1,9 millones de estos objetos de más de 1 km de diámetro y varios millones de ejemplares más pequeños. Más allá, en los bordes del Sistema Solar, están los asteroides del cinturón de Kuiper y los cuerpos transneptunianos de la nube de Oort, el depósito principal de cometas dormidos o sin actividad. La mayoría de los asteroides son porosos, de modo que la mitad están casi huecos, según Binzel. Algunos tienen lunas y otros ocupan sistemas binarios o viajan en grupos levemente unidos por la gravedad. Y hace poco se descubrió que los hay con agua helada en sus entrañas y que la podrían haber acarreado hasta la Tierra en tiempos remotos. Otros, más densos, están compuestos de hierro y son restos de núcleos muertos de asteroides mayores.

Para mayor informacion consultar.

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